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jueves, 13 de diciembre de 2012

Hoy es un buen día.

Hoy es un día lluvioso, el cielo está gris y el suelo mojado. El viento, que sopla intensamente, cala los huesos con tanta humedad que arrastra consigo. Hoy es un día que para muchas personas no dejaría de ser un día triste o lleno de melancolía por el simple hecho de ser un simple día de otoño.

Las pocas hojas que quedan, caen ya de los árboles completamente desnudos de hojarasca y recubiertos de una gruesa capa de musgo que parece darle abrigo a su húmeda corteza. 

Amaneceres fríos, sin los trinos de algunos pájaros que en primavera hasta resultan familiares, y sin flores de las que se desprende ese aroma que tan buenos recuerdos nos trae en determinadas épocas del año.
Hoy es un día, en resumen, de los que a mucha gente le gustaría borrar de su calendario. A mucha gente, salvo a mí.

Hoy es un día de los que merece la pena vivir, como todos y cada uno de los días del año. Un día en el que vemos cómo caen las hojas dejando el árbol vacío y solitario, para recordarnos, una vez más que, de ese vacío y soledad se vuelve a la vida con más fuerza.

Es un día en el que el silencio se convierte en un placer que nos hace recordar lo mucho que echamos de menos los buenos amaneceres. Amaneceres en los que todo trino suena melódicamente y, más allá de la ventana, el paisaje no es otro que el de un bosque florido y lleno de colores, y los árboles no sólo están cubiertos de un manto de hojas, sino también de flores y frutos.

Merece la pena vivir y saber esperar mientras se vive. 

Hoy simplemente recordé que podemos ver el mismo paisaje de dos maneras distintas. O bien marchito y falto de vida, o bien en reposo y a la espera de que el temporal amaine para que, con el paso del tiempo, vuelva todo a ser cubierto por la vida con tanta fuerza y belleza como la primera vez.

Meditar y ser paciente no mata, estar triste toda una vida sí, y lentamente.

Carpe Diem.

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